sábado, 11 de junio de 2011

Una lección

Se acaba el curso y los profesores vagamos relajados por los ya casi desiertos pasillos. Un compañero me cuenta lo exigente que es todo el año con la puntualidad, con el usted, con la ropa y con los plazos para la entrega de trabajos y su limpieza. Aplica –hijo de coronel de la Guardia Civil– una disciplina militar. Y me consta que los alumnos al final se lo agradecen. Siempre le he animado mucho, aunque asumiendo que ése no es mi estilo; pero de golpe lo veo claro y empiezo a admirarlo con otros ojos. Mi amigo es —no lo sabe— aristótelico y enseña las virtudes humanas. Yo creo que sólo una conversión radical  –una metanoia– serviría para salvar a mis alumnos y me limito a ponernos a esperarla. Pero la cuestión es que enseñar esas virtudes está en nuestra mano y es lo nuestro, mientras que lo otro sólo depende de Dios. Mi colega ha dado una última lección este curso: a mí. 

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