Leyendo a Benítez Ariza siento que escribe —así disecciona los sentimientos y la realidad— con un bisturí. No es extraño, pues su admirado T. S. Eliot también practicaba una literatura quirúrgica. Un método curioso de crítica literaria sería descubrir con qué escribe cada cual. Gabriel Miró, con un pincel al óleo; con un pincel para acuarelas, JRJ; y Azorín con uno, minucioso, mojado en tinta china. Con el alma en las manos, Cervantes. Lanza en ristre, Unamuno. Con una batuta (y una banda), Valle. Con un cayado, Machado. La pluma de Chesterton fue una pértiga de juguete con la que su enorme envergadura lograba, qué milagro, saltar más allá. La de Mario Quintana, una varita mágica. Un estoque blande Quevedo. Góngora gasta unas pinzas. García Lorca, una ramita de olivo. Y así…
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Muy bueno, Enrique.
ResponderEliminarLlego tarde para comentar las pinzas que gastaba Góngora. Sin duda sabes, y si no te lo indico, el instrumento que para escribir le atribuía su enemigo íntimo: la cuerda como instrumento de tortura: Poeta de ¡Oh, qué lindicos!,
ResponderEliminarverdugo de los vocablos,
que a puras vueltas de cuerda
los haces que digan algo;
Para mí que usaba una jeringuilla: extraía el sentido de una palabra y se lo inyectaba a otra.
Jilguero