miércoles, 27 de mayo de 2009

B16 2.0

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Un amigo me anima a escribir un artículo sobre el Benedicto XVI, para defenderlo. El Papa sale a escándalo por viaje, me dice, escandalizado. Pero no creo yo que el Santo Padre necesite para nada mi defensa y tampoco estoy seguro de que a mi amigo le guste mucho este artículo.

domingo, 24 de mayo de 2009

¡Viva Bibiana!

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Lo natural sería que ustedes no recordaran un artículo mío titulado “Aúpa Aído”. Y además es lógico, porque no lo publiqué en este periódico, sino en uno de Madrid. Me parecía más gaditano y necesario defender a nuestra aligustre paisana en la capital. Mi artículo de entonces sostenía más o menos esto:

“A Bibiana Aído la están criticando mucho por lo de los miembros y las miembras. En realidad, habría que animarla. Lo suyo es un disparate, sí, pero digno de aplauso, un esperpento esperanzador, una catarsis, un tratamiento homeopático contra la tontería.
A mí toda la cursilería esta del lenguaje no sexista en plan ciudadanos y ciudadanas me conviene mucho, ojo, pues negándome a usarla doy a mis textos concisión y mordiente reaccionaria. Pero me preocupa que acabe afectando a los clásicos. Por ejemplo, Jesucristo, apiadándose de todos, dijo: “Bienaventurados los que lloran”. ¿Habrá ya quienes echen en falta un “Bienaventurados y bienaventuradas los que lloran y las que lloran”?

Esta confusión del género con el sexo se suele ridiculizar en privado, pero en cuanto cualquiera coge un micrófono, recae. La única solución es Bibiana Aído o la reductio ad absurdum. Tuvimos los jóvenes y las jóvenas. Y yo he escuchado a un inspector de educación exigirnos a los profesores y a las profesoras que cumpliésemos los requisitos y las requisitas. Pensé que eran las plusmarcas, pero ha venido Aído. Gracias a zelotes de la ideología de género como ella, estamos dando todos un respingo reparador, que buena falta nos hacía”.

Desde aquellos gloriosos momentos inaugurales de su carrera ministerial hemos seguido a la ministra Aído atentos, y ella no nos ha decepcionado. Cuánto tenemos que agradecerle. Al haber propuesto el aborto para menores sin consentimiento paterno, ha provocado un rechazo social de proporciones desconocidas. Por desgracia, a la gente no le preocupa lo que suceda con el feto del prójimo ni la ingeniería social en general, pero cuando amenazan a sus niñas, saltan como panteras. La píldora del día después sin receta y a todo quisqui, también a menores, está produciendo sarpullidos en la sociedad y hasta en el mismo PSOE.

Ahora, por último, la miembra que más valoro del Gobierno (y lo afirmo sin ironía) ha vuelto a echarnos una mano impagable a los que creemos que el aborto es el cáncer de nuestra democracia. Su tesis paranormal de que el embrión es un OVNI (organismo vivo no identificado) ha sido el hazmerreír de la comunidad científica y el estupor de la opinión pública. Cuanto más se metan con ella, más la defenderé yo: esta mujer está resucitando al movimiento pro-vida. El PP, en cambio, mientras aumentaba el número de abortos año tras año, se puso a mirar para otro lado, y nos adormiló a todos. Si alguna vez soy alcalde de mi pueblo (Dios no lo quiera), me comprometo a poner el nombre de la ministra Aído a una calle. Bibiana salva vidas.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Confesional

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El problema quizá insoluble del columnista católico es que acaba posando como un santo varón. Puede hacer, por supuesto, protestas de gran pecador, pero serán leídas como encomiables muestras de su humildad, y el resultado será peor porque parecerá mejor, esto es, un círculo vicioso.

Como remedio, una noche de insomnio se me ocurrió escribir un libro autobiográfico organizado en diez capítulos, uno por cada pecado de la famosa tabla. No contar todos mis pecados, no, que debía ser un librito breve, sino escoger uno significativo por cada mandamiento de la tabla. La estructura no sería original, lo confieso, pues estaría basada en El vaso de plata, el delicioso libro de memorias de Antoni Martí. Él lo organizó, con mejor sentido, en catorce capítulos, uno por cada obra de misericordia, las siete corporales y las siete espirituales.

Como el insomnio insistía insobornable, me puse a escoger qué contaría en cada capítulo. El resultado, como pueden imaginarse, era agridulce, entre el remordimiento y la ilusión que producen los libros soñados, antes de ponerse uno a escribirlos. Muy curiosamente había dos pecados para los que no encontraba una anécdota definitiva. El séptimo, porque no he robado nada, lo que bien pensado puede ser un síntoma de que siempre lo he tenido todo, uf. El otro pecado para el que no me encontraba ejemplo era tomar el nombre de Dios en vano. Esta vez fuese quizá porque no salgo de él, porque es un pecado profesional. Los columnistas católicos escribimos mucho de Dios, cuando Él preferiría, probablemente, que hablásemos más con Él.

Se ahondaba la noche y yo seguía enredando en mi proyecto. Podría llamarse Purgatorio y, en vez de irme encontrando en la cornisa de cada pecado a unos y a otros, como Dante, ir topándome conmigo mismo en la edad en que metí aquella pata o la otra. Al menos, nadie me echaría en cara que juzgaba a los prójimos, como se ha acusado a Dante.

Con los rayos del alba se hizo la luz, sin embargo. El poeta florentino había hilado más fino. Recrearse en los propios pecados no es cristiano y hasta esconde su dosis de soberbia. De hecho, es de soberbia del único pecado del que Dante —que no da puntada sin hilo— se acusa directamente. Lo cristiano es arrepentirse y estar contento. Confiar en que nuestros defectos saltan a la vista y, sobre todo, en la confesión sacramental. Y se acabó.

domingo, 17 de mayo de 2009

Elogio del penalti

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No es lo peor de las nuevas leyes, pero sí lo más triste. Cuánta saña de pronto contra los embarazos no deseados, madre mía, parecen puritanos victorianos, en versión Dr. Hyde. El aborto y la dispensación de la píldora poscoital son una ofensiva en toda regla y a cualquier precio contra los embarazos que se salgan del milimétrico guión de nuestros deseos. Esos embarazos son, por lo visto, el mal que justifica los medios, incluso medios tan extremos como el aborto a menores sin consentimiento paterno o la PDD sin receta. Fíjense que nadie discute, ni siquiera los que se oponen a estas medidas gubernativas, que los embarazos no deseados son el objetivo a eliminar como sea. Al menos hasta ahora, porque aquí estoy yo para discutirlo.

Los embarazos inesperados o a contrapié, en matrimonios que tienen ya el número de hijos (uno o dos, generalmente) previstos y, sobre todo, entre los jóvenes, son (o eran) un clásico. Basta mirar a nuestro alrededor, sin salirnos del círculo de nuestros conocidos, para ver que un número considerable de las personas que nos hacen felices fueron fruto de un embarazo no deseado. ¿Qué hubiese sido de nuestras vidas —piénsenlo— si todos ellos hubieran sido borrados del mapa de un plumazo prenatal? Estremece pensarlo.

Un embarazo no deseado no es lo ideal, desde luego, pero a menudo lo mejor es enemigo de lo bueno. La alegría de un nuevo ser humano que le nace al mundo merece la pena, o las penas, las que sean. Para un cristiano, esos embarazos son un ejemplo casi insuperable del bien que sale del mal. Por eso, hay que celebrarlos y exclamar: Felix culpa!

Además, hoy nadie tiene que casarse por obligación, que esa era la pena máxima, se decía medio en broma. Y aun así se exagera mucho el dramatismo de aquello, porque a fin de cuentas los matrimonios de penalti fueron y son tan felices o no como el resto. Hoy, en cambio, el penalti se convierte en una pena capital para el embrión, sin metáfora que valga.

Una costumbre creciente y que no sé si ha llamado la atención de los sociólogos es lo que podríamos llamar —para no salirnos del campo semántico del fútbol— bodas de córner o de libre indirecto, esto es, quienes llevan años viviendo juntos y sólo deciden casarse cuando quieren tener un hijo. Sorprende que ahora, que ni social ni jurídicamente se requiere el matrimonio para que los hijos gocen de plenos derechos, sigan estando tan vinculados en el subconsciente colectivo la paternidad y el matrimonio.

No tengo nada en contra de esta última jugada, pero me parece ilustrativa de nuestra obsesión por la planificación. Lo que se salga de nuestros esquemas nos irrita sobremanera. Con educación en valores y en responsabilidad y sexual, hay que procurar que no haya un solo embarazo no deseado, eso es verdad; pero si lo hay, tampoco se acaba el mundo. De hecho, para el niño que va a nacer, si se lo permiten, empieza.

domingo, 3 de mayo de 2009

Todas las miradas

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Estoy en capilla. “¡Pues vaya una novedad!”, exclamarán ustedes, que saben que soy un católico practicante y que hoy es domingo. Pero yo me refiero a estar en capilla metafóricamente. Mañana me operan un pterigium, que suena muy culto, aunque es que me quitan una uña de un ojo. Ni una viga ni una mota, sino una uña, qué asco.

Mi admiración por los tuertos no me consuela. Y eso que viene de lejos, de un tío mío que hizo la guerra civil en la Legión y le costó un ojo de la cara. Luego, desde los libros de historia, me hipnotizó la Princesa de Éboli, que conjuntaba sus parches con sus vestidos e impuso en la Corte la moda de taparse un ojo. Los piratas de Stevenson también imantaron mi brújula. Y el pobre Polifemo, que sólo disponía de un lacrimal para llorar tanta pena de amor. El rey Seleuco mereció una mención en el Covarrubias, el barón Claus von Stauffenberg dos películas y el inolvidable John Ford nos regaló películas a puñados que no nos merecemos. El último tuerto de mi altar es José Javier Esparza, intelectual todoterreno, al que detectaron un tumor en un ojo cuando ejercía con brillantez de crítico de televisión. Parece una maldición. O un aviso a televidentes.

Como ven, ando muy sensible a todo lo que hace relación a los globos oculares. Mis compañeros de trabajo se despedían este puente de mí diciendo “Hasta la vista”, y yo pegaba un respingo. Por eso, con los ojos abiertos como platos escuché el comentario crítico de un amigo en contra de la última coletilla de los informativos: “Todas las miradas se dirigían hacia Carla Bruni”. Se trata de una paradoja, observaba. Quienes dirigen las miradas son esos mismos medios de comunicación, que nos muestran lo que quieren.

El razonamiento es deslumbrante, lo que unido a mi especial sensibilización, me ha tenido escrutándolo todo el fin de semana. Y no termino de verlo claro. Los medios, como los partidos políticos, siguen el método de Quevedo, que a la pregunta: “¿Qué hay que hacer para que las mujeres anden detrás de ti?”, respondía: “Caminar por delante de ellas”. Nuestros medios y nuestros políticos, obsesionados por los índices de audiencia y de votantes, respectivamente, no pueden ni entrar en matices ni crear opinión ni generar debates ni defender ideas sutiles. Simplemente se dirigen al común denominador de la sociedad, que siempre será muy básico. El interés por la política francesa en el Magreb o por su tecnología nuclear nunca será masivo; pero ¿quién no tiene curiosidad, aunque sólo sea de paso, por la vistosa elegancia de la Bruni? Ésas son “todas las miradas” que se dirigen hacia donde toque y, sobre todo, hacia las que se dirigen los medios, para captarlas.

Aprovecharé que voy a pasarme unos días con un ojo cerrado para afinar la puntería. “Todas las miradas” están bien para abrir telediarios o para las portadas del periódico. En páginas interiores tenemos que profundizar. El miércoles que viene, si Dios me conserva la vista, le echaré un ojo a la oposición.