Se acaba el curso y los profesores vagamos relajados por los ya casi desiertos pasillos. Un compañero me cuenta lo exigente que es todo el año con la puntualidad, con el usted, con la ropa y con los plazos para la entrega de trabajos y su limpieza. Aplica –hijo de coronel de la Guardia Civil– una disciplina militar. Y me consta que los alumnos al final se lo agradecen. Siempre le he animado mucho, aunque asumiendo que ése no es mi estilo; pero de golpe lo veo claro y empiezo a admirarlo con otros ojos. Mi amigo es —no lo sabe— aristótelico y enseña las virtudes humanas. Yo creo que sólo una conversión radical –una metanoia– serviría para salvar a mis alumnos y me limito a ponernos a esperarla. Pero la cuestión es que enseñar esas virtudes está en nuestra mano y es lo nuestro, mientras que lo otro sólo depende de Dios. Mi colega ha dado una última lección este curso: a mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Qué buen amigo y qué buena lección.
ResponderEliminar