El antropólogo francés René Girard (Avignon, 1923), profesor emérito de la Universidad de Stanford, es uno de los pensadores vivos más influyentes y originales. Se ha traducido al español (Katz editores, Buenos Aires, 2010) un nuevo libro suyo, Clausewitz en los extremos, con este sugerente e inquietante subtítulo: Política, guerra y apocalipsis.
Puede sorprender que un sabio tan concentrado en entender los orígenes de la humanidad partiendo de la mitología, autor de Cosas ocultas desde la fundación del mundo o La ruta antigua de los hombres perversos, pase a plantearse los grandes temas palpitantes, como las relaciones EEUU-China, la yihad, la unificación europea y el papel del Papado en el mundo de hoy. Si este libro, una larga conversación entre Girad y Benoît Chantre, gira sobre el militar prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831) es sólo porque el estratega detectó en su obra De la guerra la mecánica interna de los conflictos modernos, en que las partes extreman en una espiral mimética sus violencias.
La guerra total y la nación en armas de Napoleón cambiaron las reglas de los conflictos tal y como se venían entendiendo hasta entonces. Los españoles dimos el siguiente paso con las guerrillas, que inspiraron la figura del partisano. Esa evolución, acelerada por la tecnología, desemboca en el terrorismo yihadista, que preocupa inmensamente al antropólogo francés.
Se engañaría, sin embargo, quien supusiese saltos en el vacío en el pensamiento de Girard. Su primer descubrimiento fue la mímesis y sus crisis violentas (véase Mentira romántica y verdad novelesca, 1963), que los primitivos resolvieron recurriendo al asesinato fundador y a subsiguientes chivos expiatorios pacificadores (La violencia y lo sagrado, 1983). A partir de ahí, va profundizando en la absoluta originalidad del mensaje judeocristiano, hasta que en Veo a Satán caer como el relámpago (2002) revela que la cruz de Cristo es el sacrificio definitivo, el que desenmascara para siempre la mentira piadosa (en el peor sentido) del mecanismo del chivo expiatorio.
Desde entonces, y por muchas síntesis que haga Hegel o, con menos nivel, por muchas alianzas de civilizaciones que se nos propongan, sólo caben dos posibilidades: o la violencia en los extremos, sin mentira que la contenga, independizada de la política y hasta de la guerra, desbocada tal y como vislumbró Clausewitz; o la interiorización central del sacrificio de Cristo. El libro acaba con una alabanza muy meditada a Benedicto XVI y a su célebre Discurso de Ratisbona, que señala la esperanza para el futuro.
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