El centenario fue ayer, pero seguimos celebrándolo. El artículo no es más que un índice de los temas gomezdavilianos sobre los que me gustaría escribir largo y tendido. Ya lo hice sobre su poética y sobre la construcción implícita de su libro. Me queda muchísimo todavía, gozosamente.
Tendría gracia hablar sobre su relación con los sermones. El otro día le cité un escolio de éstos a mi párroco donostiarra don Francisco Querejeta y se tuvo que reír de buena gana:
[Los sermones] nos turbarían, si nosotros, cristianos viejos, no hubiésemos aprendido, felizmente, desde pequeños, a dormir durante el sermón.
*
Los católicos no sospechan que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace.
*
No tratemos de convencer; el apostolado daña los buenos modales.
*
El incienso litúrgico es el oxígeno del alma.
*
Innovar en materia litúrgica no es sacrilegio, sino estupidez. El hombre sólo venera rutinas inmemoriales.
*
Los ritos preservan, los sermones minan la fe.
*
Las piruetas del teólogo moderno no le han granjeado ni una conversión más, ni una apostasía menos.
*
Una nube de incienso vale mil sermones.
*
Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés.
[Tengo que mandarle esta selección al hermano de Leonor. Tras su boda, comenzó a ir a misa todos los domingos, con la envidiable ilusión y la fe del converso. Vive en Madrid muy cerca de mi hermano Jaime, así que coinciden mucho en la iglesia. Y mi cuñado está muy escandalizado porque en el momento de la homilía, mi hermano saca un libro de debajo del brazo, y se pone, concentradamente, a leer. No me ha servido de mucho explicarle que el libro será devoto. El hermano de Leonor no da crédito a lo que ven sus ojos, no se lo explica. Seguramente estos escolios de don Nicolás Gómez Dávila se lo expliquen mejor. Y quién sabe si no será incluso al revés: no es que nos durmamos (o equivalentes) durante el sermón por ser cristianos viejos; hemos llegado a serlo porque nos dormimos (o equivalentes).]
Los libros que me he leído desde que comencé esta costumbre, son: El libro de Job, Proverbios y, me los estoy terminando, Eclesiastés. Precisamente los poéticos y sapienciales. Con notas y todo, claro.
ResponderEliminarEl último escandalizado por esta sapiencial y poética práctica es el pobre Gonzalo Altozano.
Qué alegría pensar que NGD aprobaría esta práctica. Jaime
He sabido que el premio Emilio Alarcos ha tenido a bien favorecerse (muy acertadamente) con la persona de JGM. No con su nombre, que el premiado es un heterónimo. Desde aquí, enhorabuena. Y permítaseme una expansión lírica, que además es verdadera: "J'aime Jaime (GM)".
ResponderEliminarYo quiero fundar, desde hace años, la Asociación Católica Contra las Homilías. Recomiendo el uso del móvil para escuchar a Bach durante el sermón, y así compensar el tealabaré desafinado de la monja lésbica de pelo corto (valga la redundancia) que "anima" con el librito de cantos a que "nos unamos en comunidad". Y así seguiría, usando comillas desdeñosas, hasta mañana.
ResponderEliminarGracias por la felicitación y la expansión, generoso anónimo. Anónimos, heterónimos, seudónimos y ortónimos, todos juegan. Abrazo.
ResponderEliminarY creo, Beades, que tu comentario es un argumento muy de peso. No sólo por la Asociación, a la que me apunto. Ni por el móvil, sino por el adjetivo que le arreas a la monjita de la animación. Es injusto, naturalmente, pero es que el libro de cantos nos pone de los nervios. Y eso es lo malo. Que uno se distrae poniendo adjetivos. No te olvides de apuntarme a la ACCH, eh.
Ay, olvidé decir que la foto es de la casa de don Nicolás Gómez Dávila en Bogotá. Y su autora es Marcela Duque.
ResponderEliminarPues yo creo qu los sermones hay que escucharlos, son una mortificación más con la que es posible ganar indulgencias infinitas.
ResponderEliminar