domingo, 19 de mayo de 2013

Gómez Dávila, inagotable


El centenario fue ayer, pero seguimos celebrándolo. El artículo no es más que un índice de los temas gomezdavilianos sobre los que me gustaría escribir largo y tendido. Ya lo hice sobre su poética y sobre la construcción implícita de su libro. Me queda muchísimo todavía, gozosamente. 

Tendría gracia hablar sobre su relación con los sermones. El otro día le cité un escolio de éstos a mi párroco donostiarra don Francisco Querejeta y se tuvo que reír de buena gana: 


[Los sermones] nos turbarían, si nosotros, cristianos viejos, no hubiésemos aprendido, felizmente, desde pequeños, a dormir durante el sermón. 
Los católicos no sospechan que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace. 
No tratemos de convencer; el apostolado daña los buenos modales.  
El incienso litúrgico es el oxígeno del alma. 
Innovar en materia litúrgica no es sacrilegio, sino estupidez. El hombre sólo venera rutinas inmemoriales. 
Los ritos preservan, los sermones minan la fe. 
Las piruetas del teólogo moderno no le han granjeado ni una conversión más, ni una apostasía menos. 
Una nube de incienso vale mil sermones. 
Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés.

[Tengo que mandarle esta selección al hermano de Leonor. Tras su boda, comenzó a ir a misa todos los domingos, con la envidiable ilusión y la fe del converso. Vive en Madrid muy cerca de mi hermano Jaime, así que coinciden mucho en la iglesia. Y mi cuñado está muy escandalizado porque en el momento de la homilía, mi hermano saca un libro de debajo del brazo, y se pone, concentradamente, a leer. No me ha servido de mucho explicarle que el libro será devoto. El hermano de Leonor no da crédito a lo que ven sus ojos, no se lo explica. Seguramente estos escolios de don Nicolás Gómez Dávila se lo expliquen mejor. Y quién sabe si no será incluso al revés: no es que nos durmamos (o equivalentes) durante el sermón por ser cristianos viejos; hemos llegado a serlo porque nos dormimos (o equivalentes).]

6 comentarios:

  1. Los libros que me he leído desde que comencé esta costumbre, son: El libro de Job, Proverbios y, me los estoy terminando, Eclesiastés. Precisamente los poéticos y sapienciales. Con notas y todo, claro.
    El último escandalizado por esta sapiencial y poética práctica es el pobre Gonzalo Altozano.
    Qué alegría pensar que NGD aprobaría esta práctica. Jaime

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  2. He sabido que el premio Emilio Alarcos ha tenido a bien favorecerse (muy acertadamente) con la persona de JGM. No con su nombre, que el premiado es un heterónimo. Desde aquí, enhorabuena. Y permítaseme una expansión lírica, que además es verdadera: "J'aime Jaime (GM)".

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  3. Yo quiero fundar, desde hace años, la Asociación Católica Contra las Homilías. Recomiendo el uso del móvil para escuchar a Bach durante el sermón, y así compensar el tealabaré desafinado de la monja lésbica de pelo corto (valga la redundancia) que "anima" con el librito de cantos a que "nos unamos en comunidad". Y así seguiría, usando comillas desdeñosas, hasta mañana.

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  4. Gracias por la felicitación y la expansión, generoso anónimo. Anónimos, heterónimos, seudónimos y ortónimos, todos juegan. Abrazo.

    Y creo, Beades, que tu comentario es un argumento muy de peso. No sólo por la Asociación, a la que me apunto. Ni por el móvil, sino por el adjetivo que le arreas a la monjita de la animación. Es injusto, naturalmente, pero es que el libro de cantos nos pone de los nervios. Y eso es lo malo. Que uno se distrae poniendo adjetivos. No te olvides de apuntarme a la ACCH, eh.

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  5. Ay, olvidé decir que la foto es de la casa de don Nicolás Gómez Dávila en Bogotá. Y su autora es Marcela Duque.

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  6. Pues yo creo qu los sermones hay que escucharlos, son una mortificación más con la que es posible ganar indulgencias infinitas.

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