Los ingredientes, por tanto, no pueden ser demasiado originales, aunque vengan envueltos en un entorno nórdico con aire de aldea de Astérix. Tenemos el clásico conflicto generacional entre padre e hijo, las complicaciones con los compañeros de promoción, los primeros —y deliciosos— escarceos amorosos, la problemática educativa y hasta los titubeos vocacionales propios de esa edad decisiva. Todo eso, que es mucho, está tratado en la película dirigida por Dean DeBlois y Chris Sanders con un equilibrio asombroso, sin caer ni en el amaneramiento moralizante ni en el gamberrismo macarra con el que algunos adultos nostálgicos añoran la adolescencia que no tuvieron. Entre una trepidante acción, Cómo entrenar a tu dragón desemboca en un final perfecto donde todo encaja (“clic”, se oye incluso) a la perfección.
Porque es lo que me espera, he seguido con muchísimo interés la relación entre el padre, llamado Estoico, y el hijo, que no termina de romper, llamado Hipo. Fíjense en los nombres, que lo dicen todo, o eso parece. Al final, el padre acaba, como mínimo, Hedónico.
Por deformación vocacional me gusta especialmente la actitud ante la lectura, que es otra muestra de equilibrio. Ni el rechazo analfabeto de los que evitan estudiarse el manual sobre los dragones (“¿Por qué leer un montón de palabras si podemos matar al bicho del que hablan las palabras?”, protestan con cierta gracia asesina) ni el que sólo tira de él. Hay que vivir los libros y literaturizar la vida. No extraña esta visión estereoscópica pues el guión está basado en una novela infantil muy estimable de Cressida Cowell.
Por afición tampoco me ha sido indiferente el amor a las mascotas. El dragón, llamado en español “Desdentao” (que no es un nombre con mucha menos mordiente que Toothless) es una mezcla logradísima de perro, gato, caballo y reptil, pero con personalidad propia. En DreamWorks han creado un ser, que se dice pronto. Y han reflexionado sobre un aspecto educativo fundamental, del que seguro que Maite Mijancos, que sabe más, tendría mucho que añadir. Me refiero a lo que contribuye la responsabilidad de cuidar a un animal a la maduración de un niño.
Como hablamos de una película y no sólo de pedagogía, permítanme dos entusiasmos visuales por comparación. A David Cameron, de Avatar, esta historia lo deja por los suelos. En ambas películas, los protagonistas vuelan sobre dragones de un modo bastante parecido, sacando el máximo partido de la técnica del 3D. Pero los vuelos de Hipo quitan el ídem, y son de mucha más altura que los de Avatar.
Y sin bajarnos del dragón, la lucha final es un brillante homenaje a La guerra de las galaxias, nada menos. Luke Skywalker tuvo que buscar el único punto débil de la terrorífica Estrella de la Muerte: Hipo y “Desdentao” han de encarar un peligro análogo. Es curioso que en toda historia épica el enemigo más poderoso tenga un punto débil, un talón de Aquiles, precisamente.
Para demostrar su altura, cuando al final ambos se precipitan al suelo, la película no cae ni en el final feliz sin más ni en lo lacrimógeno fácil. Simplemente matiza magistralmente la felicidad, como verán ustedes, porque, como nos avisó Donoso Cortés en su Ensayo sobre el catolicismo, el socialismo y el liberalismo, “no hay grandeza sin sacrificio”.
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