domingo, 4 de octubre de 2009

Una necrológica imposible

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Cuando el martes por la mañana me enteré de la muerte de José Antonio Muñoz Rojas, a la noticia triste se unió la pena de no tener tiempo de escribir una necrológica para mi columna del miércoles. Lo dejé para hoy: podría —me consolé— pensarlo más. Sin embargo, ahora compruebo cuánta razón tenía Juan Ramón Jiménez: “Lo malo de la muerte no ha de ser más que la primera noche”. Tampoco la muerte es eterna y muy pronto la vida, de otra forma, acaba imponiéndose.

Sería muy raro que siendo Muñoz Rojas un poeta profundamente católico y tratando yo de ser en esto también su discípulo, me olvidara de consignar que lo primero que nos consuela de la muerte es la Vida. Lo ha zanjado Enrique Baltanás en una copla redonda: “José Antonio Muñoz Rojas:/ gloria, sí, la que te deban…/ Pero, sobre todo, Gloria”. Y lo mismo, al modo teresiano, la abadesa del Carmen Descalzo de Antequera, donde se celebró el funeral, que dispuso que las campanas no doblaran a muerto, sino que tocaran a gloria. Por otro lado, su vida terrenal (que diría Jorge Manrique) fue una vida cumplida. Algunos lamentan que no llegara a cumplir los cien años este 9 de octubre. La madre de Borges también murió a las puertas de su centenario.

Cuando alguien se lamentó ante el desolado hijo de que no hubiese alcanzado por los pelos el número redondo, Borges replicó: “Me parece que exagera usted el prestigio de la aritmética”. Era la manera borgiana —culta e irónica— de contestar: “¿Y qué más da?”

Y además está la vida de la fama: la que otorgan las obras perdurables. La obra de Muñoz Rojas es breve y buena. Su libro Las cosas del campo entusiasma por igual a los amantes de la literatura y a los de la naturaleza. Su poesía es muy personal, con una gran influencia de la lírica inglesa, que le da soltura y flexibilidad. Sus poemas no pesan, flotan; sus sílabas, silban. Es la poesía más transparente que conozco a la inspiración. El primer verso lo facilitan los dioses, según la inspirada observación de Valéry, y el resto tiene que ponerlo el poeta; pero Muñoz Rojas se limitaba a seguir el vuelo del regalo, y a seguirlo sólo durante los versos en los que aún alentase el aleteo del don. A partir de ahí, otros versos ya no le interesaban y los dejaba ir como una cometa que se suelta. Era el signo de una humildad muy grande y de un respeto inmenso por la poesía y por el lector.

Consiguió esa vibración hasta en sus ensayos. Nunca me he emocionado tanto con un trabajo de crítica como con el suyo sobre John Donne, cuando cuenta su descubrimiento de un ejemplar en español, el Josefina del Padre Gracián, con un autógrafo del poeta metafísico inglés.

Son tantos versos y horas de lecturas y unos cuantos encuentros personales tan inolvidables que una columna necrológica es imposible. Con José Antonio Muñoz Rojas me pasa lo que cantan estos versos anónimos: “No hay ausencia. / Tengo tanto de ti/ en mi interior/ que estando yo conmigo/ tú estás siempre presente”.

2 comentarios:

  1. Recuerdo que una amiga de mi tía Pepa, al morir su padre hace ya algunos años, pidió a los sacerdotes celebrantes que vistiesen de blanco: quería celebrar el acceso a la Vida más que llorar el término de la vida.

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  2. La muerte siempre exige una lagrima del mundo, y una sonrisa a los cielos. Que pena que haya muerto este poeta, uno menos para transformar el mundo

    Saludos y mis condolencias a todos los que os gustara...

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