sábado, 3 de octubre de 2009

El trabajo bien hecho

Escribir es llorar, lloró Larra. Decía que en España, pero no creo yo que en Filipinas, por ir a nuestras antípodas, escribir sea un lujo asiático. Sobre las angustias del escritor no se pone el sol. Economías aparte, ¿qué me dicen de la inquietud por si el último artículo está a la altura de los lectores? ¿Por si uno se habrá explicado claro y con gracia?

Afortunadamente en Misión no sufro tanto. Ya se habrán fijado ustedes en lo bonita que resulta siempre esta página. El título de la sección, “El punto sobre la i”, que yo puse como un signo de humildad, para que ustedes me pusieran, como permite mi apellido, Máiquez, el punto sobre la ídem cada vez que quisieran, lo han diseñado tan bien que ahora me enorgullece igual que el lema de un escudo nobiliario. Y las ilustraciones siempre son encantadoras, llenas de gracia y de sentido, subrayando lo mejor del texto.

Tanto es así, que mi suegra —sí, sí, mi suegra— está coleccionando mis páginas en Misión para encuadernarlas en piel y con letras doradas. Ustedes podrán pensar —y yo lo agradecería— que lo hace por el cariño que me tiene, o incluso por la calidad intrínseca de mi prosa —lo que les agradecería todavía más—; pero, sin descartar que todo influya, espero, les diré que llevo años escribiendo en prensa y en revistas y hasta libros y que nunca hasta ahora mi suegra había mostrado este enternecedor entusiasmo encuadernador. Como mínimo en parte se lo debo al diseñador y a los ilustradores.

También hay nuevas sombras, tengo que reconocerlo. Porque si me he librado de la ansiedad de preguntarme si a mis lectores les gustará lo mío, que la página al menos les gustará seguro, ahora, según voy tecleando, me inquieta pensar: ¿cómo van a dibujar algo para esto, tan abstracto? La tentación mía en Misión es escribir siempre cosas fácilmente figurativas. Si no lo hago, es porque no se me ocurren. A cambio, a ellos siempre se les ocurren maneras de ilustrármelas con arte.

No lo comento ni mucho menos para quejarme de mis angustias profesionales ni sólo para dar públicamente las gracias por estas páginas tan redondas. Pretendo sacar una enseñanza, más que nada para mí, y luego, tal vez, para todos. Qué regalo es el trabajo bien hecho. Los ilustradores ejercen su profesión, ganan su salario y se llevan a casa la satisfacción del deber cumplido. Y ahí acaba todo, pensarán ellos. Pero no. Cuando uno hace bien lo suyo, echa a rodar por el mundo una cadena de causas y de efectos que va sembrando a su paso efectos beneficiosos. Diga lo que diga Larra, cuando escribo en Misión, no lloro apenas. Y qué me cuentan de mis relaciones con mi suegra, rebosantes de admiración y agradecimiento.

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