Aquí y ahora acaba mi rebelión herética contra la disolución matrimonial que declara, solemnemente la Iglesia. Yo quería, ¿recordáis?, un matrimonio indisoluble para toda la eternidad. Me retracto. Dante me lo ha hecho entender. Sin libertad para querer, no se puede querer. En la vida, nuestras debilidades y distracciones ponen el punto necesario de inestabilidad al asunto, pero ya almas puras, esas no existirían. En el Cielo no seremos marido y mujer, sino que estaremos perpetuamente —si queremos— casándonos, bodas místicas.
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