No extraña que la poesía moderna haya prestado una atención especial a la Semana Santa. La poesía se concentra en los asuntos cruciales, y la Pasión lo es, y no sólo literalmente por la Cruz. En las celebraciones de estos días confluyen la teología, el esplendor estético de un arte grande, el renacer de la primavera, los ecos de antiguas celebraciones paganas y una fiesta cívica de hondas raíces populares. Lo ha reconocido el poeta cordobés Pablo García Baena: “Pienso que uno de mis maestros ha sido la Iglesia Católica, la liturgia. Desde pequeño he asistido a los actos normales en una ciudad de provincias: procesiones, oficios de Semana Santa… Todo aquel boato, que entraba por los sentidos e indudablemente poseía una alta espiritualidad, desde niño hizo en mí una mella tremenda”.
La más evidente manifestación lírica de la Semana Santa son las saetas. Dentro de la poesía culta, son los hermanos Machado los que más atención les prestan; Antonio, para rechazar el sufrimiento de Cristo: “¡Oh no eres tú mi cantar!/ ¡No puedo cantar ni quiero/ a ese Jesús del madero,/ sino al que anduvo en la mar!”; Manuel, para admirarlo: “Canción del pueblo andaluz:/ … De cómo las golondrinas/ le quitaban las espinas/ al Rey del Cielo en la Cruz”. En esa línea devocional, emocionan estos versos finales de José María Pemán donde el penitente recuerda a su modelo, el Cirineo, y exclama: “Tocar la cruz/ y hacerme la ilusión de que te ayudo”. Otro subgénero específico muy popular es el pregón de Semana Santa. Aunque suele buscar la exaltación, más que la creación literaria, grandes poetas los han escrito, como el mismo García Baena o Manuel Alcántara y María Victoria Atencia.
Sin negar la mayor, que es religiosa, la Semana Santa se convierte también en la fiesta del esplendor de la primavera y especialmente de sus noches de luna, con un eco de los antiguos ritos de muerte y renacimiento. El poema “Madrugada” de Jacobo Cortines acaba: “el ojo de la luna, el ojo grande que ha visto/ tantas agonías y tantas resurrecciones”. Esa veta enlaza de forma natural con los poemas que celebran la adolescencia y juventud. No hay que olvidar que para muchos jóvenes estas madrugadas son la primera ocasión de salir por la noche. Javier Salvago lo ha contado en el poema “Jueves Santo” con un desgarrado final: “Jóvenes incansables,/ como entonces nosotros,/ recorren la ciudad. […] dioses que morirán/ —como el dios que ayer fuimos—,/ sin remedio ni culpa,/ en la cruz de los años”.
Fiesta cíclica, la Semana Santa resulta propicia para la evocación del pasado y la reflexión temporal. Reflexión en estos versos de Joaquín Caro Romero: “El tiempo pasa por nosotros como/ los dedos por las cuentas del rosario./[…] Dicen que el tiempo es oro, pero es plomo;/ oro sólo es en Ti y en el sagrario”. Y evocación de la niñez en tantos. Especialmente paradigmática en el poema de Luis Cernuda “Luna llena en la Semana Santa”, que arranca de nuevo del esplendor natural (“Denso, suave, el aire/ Orea tantas callejas,/ Plazuelas, cuya alma/ Es la flor del naranjo./ […] Azahar, luna, música,//Entrelazados, bañan /La ciudad toda”) para centrarse en la recuperación de la infancia: “Lo que así recreas/ Es el tiempo sin tiempo/ Del niño”, y terminar con una inapelable sentencia mítica: “Et in Arcadia ego”.
Junto a la fe y las nostalgias, la Semana Santa es una fiesta ciudadana. Produce también una poesía de observación social, a veces tierna y a veces satírica, que sabe reírse del político que busca figurar en las procesiones y sabe estremecerse con la devoción de los humildes. La figura de los armados de la Macarena, vestidos de rimbombantes legionarios romanos, ha dado mucho juego. Desde un burdo poema ofensivo de Fernando Villalón a la ironía fina del misterioso Bachiller Fulano de Tal, que descubrió en su imprescindible antología literaria de la Semana Santa Francisco Robles. En la línea del prosaísmo sentimental más guasón lean su delicioso sonetillo “El amigo del armado”: “Camina junto al armado,/ le lía los cigarrillos,/ y le ata los cordoncillos/ del coturno colorado.// Le da un chato en un colmado,/ y le espanta los chiquillos/ que empañar pueden sus brillos,/ dando voces indignado.// Si alguno se pitorrea/ traba bronca diligente,/ en su amistad se recrea/ presumiendo ante la gente,/ y con el codo le indica/ cuando lo mira una chica”.
Tal amalgama sentimental que va desde el dolor a la diversión, pasando por el puro placer de la contemplación estética, puede parecer, a primera vista, heterodoxa. En realidad, se basa en la propensión barroca del español, que transparentan estos versos de Eva Cervantes a Cristo: “Eres muerte y dolor, y das contento;/ y el contento, al mirarte, es amargura;/ y la amargura es luz de entendimiento…” Propensión que se sostiene en la esperanza. La Semana Santa es una fiesta porque termina inmejorablemente. Lo cantó como nadie el portuense Pedro Muñoz Seca: “Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita”.
Como sevillano, solo echo de menos a Rafael Montesinos en esta suerte de antología. Por lo demás, espléndida y esclarcedora. Gracias.
ResponderEliminarOle, Enrique, menuda entrada. Y ahora, ¡a resucitar!
ResponderEliminarMuchas gracias. Qué generoso eres, Juan Antonio. Sevillanos, faltáis muchos: Montensinos, Aquilino, Enrique Barrero… La prensa y sus límites de caracteres. La antología de Francisco Robles es exhaustiva y está llena de sorpresas.
ResponderEliminarEn el patio, mi padre, con su túnica
ResponderEliminarnegra, en la madrugada más profunda
de la clarísima ciudad, se ha puesto
solemnemente el negro capirote.
Silencioso es el rito, no aprendido,
sino heredado, yéndole en la sangre,
pues los siglos se ven hasta en la forma
de sujetarse el antifaz al rostro.
(Y silencioso y sin hablar con nadie,
el nazareno escogerá el camino
más corto...)
Oh padre mío,
cuánto silencio hay en este Viernes
tan lejos de mi vida,
cerrada para siempre la cancela
que a nadie espera ya.
Hoy la memoria escoge
el camino más corto para herirme.
MONTESINOS
Maravilloso poema. Gracias, amable anónimo, por traerlo aquí.
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