miércoles, 19 de enero de 2011

Égalité a tutiplén



El lema revolucionario progresa adecuadamente. A los partidarios de la libertad que gritan: “¡Viva la libertad y muera el que no piense como yo!”, y a los de la fraternidad que advierten: “Sé mi hermano o te mato”, se suma ahora el Anteproyecto de Ley para la Igualdad de Trato y la No Discriminación que ha ideado Leire Pajín. Sancionará, entre múltiples cosas, los criterios que se consideren discriminatorios, esto es, las ideas. ¿Y quién los considerará así? La señora ministra y sus órganos competentes. Por ejemplo, la ley prohibirá los conciertos a colegios de educación diferenciada, aunque esté respaldada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Parlamento Europeo y nuestro Tribunal Supremo. Si sumamos la creación de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales con capacidad sancionadora, vemos la que se le viene encima a la libertad de pensamiento y de expresión.

Hay quien lo considera la apoteosis del socialismo posmoderno y de la ideología de género. Es, más bien, el reconocimiento de su impotencia. Han perdido toda esperanza de convencer, y no les queda otro argumento que la sanción administrativa o penal. Una filosofía sana no se esconde tras el burladero de la ley ni saca las banderillas de las multas, sino que defiende sus posturas y rebate las opuestas. El PSOE discute tapándose los oídos ante las razones del contrario. O mejor, tapándole la boca.

¿Exagero? Lean el anteproyecto, que, por invertir, invierte hasta la carga de la prueba. Además, si ellos quisieran luchar de veras contra la discriminación, protegerían por igual a ambos sexos de la violencia de género. No menos a las mujeres; lo mismo a todos. Ellas sufren más casos, pero la ley no ampara porcentajes, sino personas, y por qué un hombre maltratado va a tener menos derechos que si fuese mujer. Otra desigualdad contante y sonante es el trato fiscal. En unas comunidades autónomas no se pagan impuestos de sucesiones, y en otras nos crujen. También podrían equiparar a los ciudadanos de a pie con los políticos de coche oficial en las jubilaciones de oro. Pero estas desigualdades no las trata Pajín, no señor, ni pensarlo, qué cosas tiene usted.

Trata —bajo la fermosa cobertura igualitaria— de imponer unos criterios y sojuzgar otros. Hace poco Benedicto XVI declaró que las educaciones cívicas obligatorias y lo políticamente correcto intentan acallar la voz de la Iglesia. Enseguida los sumos sacerdotes del laicismo procedieron a rasgarse las vestiduras sin preguntarse si era cierto o no. La ley Pajín, quién se lo iba a decir a la señora ministra, viene a darle toda la razón a Su Santidad.  

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