Tengo claro de lo que no quiero escribir hoy. Ni de los cotilleos diplomáticos que ha desvelado Wikileaks, que a algunos les parecen terribles y a mí pueriles, que es peor, porque ¿en qué manos estamos? Ni de las elecciones catalanas, tan requeteanalizadas. Ni del partido del siglo de esta semana. Ni de la matricida de Menorca ni de las de ningún otro sitio. Tampoco quiero hablar hoy de la funcionariofobia de los políticos, dispuestos a no pagar ellos el lío en el que nos han metido. Obama congela el sueldo de los funcionarios, Zapatero lo baja, en el Ayuntamiento de Nueva York echan a 6000 y en Irlanda a más de 20.000… De esto hablaré cuando haga menos frío, que ahora, entre el que nos quieren hacer pasar y el de los termómetros, te quedas pajarito.
No tengo claro de lo que quiero hablar. Me gustaría ser —fantaseo— un escritor famoso, que pudiese mandar al periódico, como un voluble niño rico, columnas extensibles, desde un aforismo a un ensayo, e incluso no mandarla un día y mandar tres al siguiente, según demanda (de la inspiración).
Claro que eso ya lo hago, caigo, en mi blog, donde parezco un potentado. Allí trabajo por amor al arte, que es el lujo mayor, y a golpe de inspiración o de capricho. Querer que una columna de periódico se escriba en esas condiciones libérrimas, aunque puede ser un deshago comprensible en una tarde esquinada y lluviosa, no es serio. Es como si alguien pretendiese escribir sonetos con un número aleatorio de versos, sin métrica y, por supuesto, sin rima, que lo complica todo mucho. El deseo, como tal deseo, es legítimo, pero para eso ya existe el verso libre... El soneto tiene sus reglas, sin las cuales no es un soneto. La columna tiene su base en su periodicidad inflexible, en su altura tasada y en su ancho predeterminado. Salirse de ahí es escribir otra cosa.
Lo paradójico es que con frecuencia el texto construido a contra corriente, ajustado a unos límites rígidos, con unas fechas inapelables de entrega, sin apenas margen para las veleidades creativas…, resulta bastante mejor que un escrito ácrata. La disciplina es una de las herramientas mayores del arte.
Lo que empezó siendo un meta-artículo, en el sentido literal de que mi meta era hacerlo como fuese; fue luego un meta-artículo en sentido literario, o sea, una metapoética del columnismo. Ahora, que va llegando a la meta, mi artículo quisiera acabar siendo un mensaje de aliento en este frío miércoles laborable. Nuestros frutos más dulces suelen ser los que más esfuerzos amargos nos exigen, quizá por una misericordiosa ley de la compensación, quizá por la sorpresa de acabarlos.
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