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Lo que me pide el cuerpo es otro artículo lamentando el fin de las vacaciones, pero ya llevo una semana y media de elegías y plantos, y mejor buscar aires frescos. Abro los periódicos en busca de inspiración, que no sé que es más raro, si eso, o la esperanza de que la actualidad venga en mi ayuda.
Entre los cascotes del derrumbe de nuestra economía, aparece Zapatero sonriente y bronceado, aconsejando a todo el que pueda que veranee en Lanzarote. Ah. Lo malo es que no puedo, pero gracias por el aviso. Da gusto ver al hombre hablando de lo que sabe. Se le nota un empaque que ya quisiéramos para cuando diserta sobre economía. Suspirando, paso página.
Veo que Saramago amaga con una nueva novela, titulada Caín, en la que descubre que el culpable intelectual del asesinato de Abel fue Dios, porque no apreció suficientemente los sacrificios del pobre Caín, ea. Parece una novela con trasfondo autobiográfico. ¿Apreciará Dios las novelas de Saramago? Además, justifica que si yo tampoco aprecio suficientemente los libros de Saramago, sus seguidores pueden darme una paliza. La culpa sería mía. Paso página, espantado.
Y, por fin, encuentro lo que estaba buscando: ¡el premio más gordo de la lotería de Italia, 148 millones de euros! Y sobre todo las declaraciones anónimas del misterioso ganador, presuntamente de Bagnone, un pueblecito de 2.000 habitantes: “Acostumbrado a vivir de mi trabajo, feo y mal pagado, no sé lo que es ser rico. Y tengo miedo. Miedo de ser descubierto. Todos por aquí piden ayudas, casas. Tengo un sufrimiento interior tremendo y también un sentimiento de culpa dentro. ¿Por qué yo?” Quién lo pillara, amigo, ese sufrimiento interior tremendo.
Para empezar, me pongo manos a las musarañas y me imagino dueño de esos desgarradores millones. Pensar qué haría uno con ellos es uno de los ejercicios mentales más sanos que existen. Lo recomiendo vivamente. Aclara nuestra escala de valores. Por ejemplo, yo no creo que me fuese a Lanzarote. Si yo fuese rico, tralará, dedicaría mis mañanas a los estudios nobles, ora de la Divina Comedia, ora del Quijote, ora de Shakespeare, y siempre de las Epístolas Paulinas, y nunca de Saramago. Por las tardes, compondría, entre paseo y paseo, odas a la vida retirada, qué descansada vida, la senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido y todo eso.
Ni mi trabajo de profe ni mis tardes estresadas, entre artículos urgentes y retrasadas críticas literarias, tienen mucha pinta de ser trascendentales, pero pensándolo fríamente puede que sean más útiles a la sociedad (un poco) que esos lánguidos placeres hipotéticos míos de millonario empeñado en el automecenazgo. Quitando situaciones personales desesperadas, la mayoría estamos muy bien en donde estamos, aunque nos quejemos, como es lógico. El italiano tal vez tenga tanta razón como gracia, y una millonada, a la larga, sea una tragedia gordísima. Lo suyo sería, para salir de dudas, comprobarlo en carne propia.
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