domingo, 21 de junio de 2009

Valle de lágrimas

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La gente percibe a los que llaman católicos ortodoxos, entre los que (D. m.) me cuento, como monolitos graníticos de una pieza. En realidad, la fe es inabarcable y, por tanto, hay devociones y dogmas que nos tocan más de cerca y otros que nos pillan algo lejos, sin negarlos, pero sin vivirlos plenamente. A Eugenio d’Ors le chocaba que los cristianos no pidamos el milagro de la resurrección para nuestros difuntos, como si tras la muerte la omnipotencia de Dios perdiese fuelle. La resurrección, protestaba el catalán, es un milagro de honda raigambre evangélica: tenemos a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a Lázaro de Betania, por no hablar del mismo Jesucristo, que eso son palabras mayores (la Palabra). El protestante Carl Theodor Dreyer pensaba igual que d’Ors, tal y como vemos en Ordet, esa película vivificadora.

Ambos tienen razón en que se reza poco o, mejor dicho, nada por la resurrección milagrosa de nadie. Quizá se deba al argumento que Marta, la hermana de Lázaro, apunta en el Evangelio, cuando confiesa que cree en la resurrección, sí, pero en la del último día. Parece un trabajo inútil el de resucitar de pronto para morirse de nuevo cuando ya se resucitará para siempre en el valle de Josafat. Pero, a pesar de la contundencia del sentido común de Marta, Jesús resucita a Lázaro.

Más a ras de tierra, cuando me enseñaron a rezar la Salve, no fui un entusiasta de la expresión “valle de lágrimas”, que me resultaba retórica e ininteligible. Yo veía el mundo como un inagotable jardín de las delicias. Lo que me hace recordar una anécdota de mi infancia en la que puede que brillara el talento que ahora me busco con tanto afán. Llegó mi abuelo muy agobiado de sus negocios y se quejó:
—Qué lucha la vida…
A lo que yo, que tendría a la sazón seis o siete años, repuse:
—Pero qué lucha tan buena, ¿verdad, abuelo?

Esa visión edénica de la existencia, impermeable el sufrimiento, no era una originalidad mía. Una tía nuestra rezaba el rosario todas las tardes, pero nunca los misterios dolorosos, que le partían el alma. En aquella casa sólo se alternaban los gozosos con los gloriosos. De fondo está la incomprensión del misterio de la Cruz que debe de correr por la masa de mi sangre porque, como si no fuera bastante con mi valle de lágrimas, a mi sobrino, cuando tenía también seis o siete años, le suspendieron religión. Preguntado por el motivo, nos dijo:
—El profe de Formación Religiosa me preguntó por qué Jesús, mientras lo mataban en la cruz, murió perdonando y queriendo a todos.
—Y tú, ¿qué contestaste?
—Que no me lo explico.

Sin embargo, pasan los años y otras cosas y uno acaba dándose de frente con el misterio de la Cruz y convenciéndose al fin de que la Salve tenía toda la razón: esto es un valle de lágrimas. Lo cual, bien mirado, no deja de ser un motivo para esperar que esas otras promesas mucho más luminosas, que ahora nos pueden parecer extrañas o lejanas, también se irán revelando ciertas. Qué bien.
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2 comentarios:

  1. Me quedo con la esperanza final, la curiosa anécdota de tu tía (que me hace acordar a "Quien me presta una escalera para subir al madero..."), la anécdota de tu sobrino (que ya hemos dicho que es altamente teológica, de hecho la usaría Guardini para empeezar a hablar de la salvación por la cruz, él siempre empieza por la incomprensibilidad humana), y me quedo con la curiosa idea de porque no rezamos por la resurrección "terrenal".

    A cambio de todo lo que me llevo sólo puedo decirte que al leerte y sobre todo lo de la niñez y tu sentimiento optimista de la vida, vino a mi memoria un poema marechaliano que empieza:

    Hombres del Sur, el cielo gravitaba
    sobre nuestras cabezas.
    Pero hermoso era el día y venerable
    (tal un abuelo firme
    que aun se tiene a caballo),
    y la tierra escondía su vejez entre flores
    para que no llorase nuestra infancia.

    Yo recuerdo una edad prometida del gozo;
    ha dejado en mi lengua un entrañable
    sabor de paraíso.

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  2. Y a mí que lo del valle de lágrimas siempre me pareció una isla de poesía en unas devociones más bien faltas de ella... Bueno, la Salve toda ella tiene ángel. Bien por el autor anónimo.

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