miércoles, 22 de febrero de 2012

La Cenicienta


Últimamente no salgo (a ustedes no tengo que explicarles las razones) de los cuentos de hadas. Una hadita me ha echado un maleficio. Exige cuentos, cuentos y más cuentos y ya se me ha secado la boca y me voy convirtiendo en una estatua de voz perdida.


Lo curioso es que, a pesar de su natural dulce y delicado, el hada, que además es mi hija, ha desarrollado una fijación por el lobo. En lo que respecta a las víctimas, admite más variedad: pueden ser tres cerditos, siete corderitos, una caperucita roja o una abuela impedida. Alguien habrá estudiado qué cuentos prefieren según sus edades, y habrá concluido que los primeros cuentos de los niños son ésos que tienen que ver con el comer y el cazar. Las princesas y los encantamientos vienen después, espero. Primum vivere, deinde romantizhare.


No he tenido problemas de conciencia con satisfacer ese interés por la depredación y la cadena trófica de mi criaturita. Me parece lo más natural del mundo. Pero hoy es Miércoles de Ceniza, y toca ayuno y abstinencia. No resulta muy ejemplar, por tanto, que el lobo se ponga hasta las trancas de corderos, cerditos, cervatillos y hasta de abuelitas.


Afortunadamente tenemos a Cenicienta: un cuento cien por cien cuaresmal. Tanto en la versión de Perrault como en la de los hermanos Grimm, la chiquilla se apresta a servir a sus hermanastras con una humildad y una caridad admirables. Luego, no prueba bocado, fíjense. A lo sumo recoge lentejas y guisantes. Y al final, en la apoteosis de la santidad, perdona a sus hermanastras. Hay estudiosos que han visto remotos orígenes egipcios en este cuento y unas claras, aunque pequeñas, huellas chinas en el detalle del zapato diminuto de la protagonista. Siendo equitativos, no habría que descartar tampoco, digo yo, que la presencia de la ceniza sea un signo cristiano. Y el final, ¿no tiene un inconfundible aire a resurrección o, al menos, a feliz pascua florida? Incluso me atrevería a sugerir que es un símbolo de las bodas místicas.


Sin desdeñar el guiño mundano de Charles Perrault en su moraleja: pondera la intervención del hada madrina de Cenicienta diciendo que ya se pueden tener todas las virtudes del alma y del cuerpo, que, sin padrinos, en esta vida es difícil conseguir nada. Parece un poco cínico, a la par que realista. Pero también puede entenderse a lo divino, y referirse a la importancia de saberse adoptados por Dios, más Padre que padrino. Por supuesto, nada de esto se lo podré contar a mi hija, que odia las digresiones. Ya tendré suerte si puedo ceñirme a la historia de Cenicienta..., y lo demás, que vaya calando. Aunque me temo que ella me pedirá el lobo, el lobo, ¡el lobo!

3 comentarios:

  1. Te recomiendo un clásico más actual, Donde viven los monstruos de Maurice Sendak

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  2. Podés decir que el lobo ya cumplió los setenta años y por eso no está obligado por la prescripción.

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  3. Estoy contigo con lo de los lobos. Me sucede lo mismo con una de mis hijas. Después le da miedo y ve lobos hasta en el parque de al aldo de casa.

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