domingo, 26 de abril de 2009

El calor y la calor

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Mi abuela, que era empresaria y, por tanto, muy trabajadora, observaba que en la provincia de Cádiz trabajar tiene mucho mérito. Y eso que no conoció el nuevo récord del paro, que, aun con noventa y tantos años, le habría entristecido en serio. Ella se refería a los festivos impedimentos sucesivos, a las últimas zambombas de la Navidad, que se unen a los primeros ensayos del Carnaval, que no han terminado cuando empieza la Semana Santa, que desemboca, tras la última procesión, en una procesión de ferias, coronada por el Rocío. “…Y después”, decía con una voz cavernosa, guasona y fatalista, “después, llega la caló”.

Tratar al mar en femenino (“El mar. La mar./ El mar. ¡Sólo la mar!”) demuestra marinería. Poner en femenino el calor, al menos en el imaginario de mi abuela, que he heredado, lo sube a unos grados ya inhabilitantes. Piénsese, además, en los tiempos en que no existía ese invento impagable del aire acondicionado. O sea, que la caló es expresión políticamente correcta, porque coloca lo femenino por encima, como José Antonio Griñán, que no ha hecho un gobierno paritario. ¡¿Cómo que no?! Como lo oyen, pero no importa, porque son más las mujeres que los hombres. Ah, entonces, vale.

Previendo la caló que, según todos los pronósticos, padeceremos este verano, he decidido salir a leer al jardín, aprovechando estos días de calor metrosexual, quiero decir, primaveral. Tras un invierno interminable ya tocaba. Excepción hecha de los jardineros, de los jardines se saca poco provecho entre, por un lado, los fríos, las lluvias y los ponientes y, por otro, los levantes y las calores. Incluso en primavera, el aire libre presenta sus dificultades. El otro día, mientras entre línea y línea me distraía con los limpios vuelos de las golondrinas, raudas y rasantes, con el planeo a media altura de los aviones comunes, y con las elevadas vueltas de los vencejos, me cayó digamos que una mancha. Encantos del campo, suspiré. Y corrí a cambiarme, pues, aunque no es lo mismo una lírica cagadita de golondrina que una de urraca, por ejemplo, tampoco se puede ir por ahí dando explicaciones becquerianas.

Aún no ha llegado la caló, pero ya han vuelto los mosquitos, como habrán notado. El verano pasado mantuvimos una lucha sin cuartel que llegó, naturalmente, al derramamiento de sangre. Cuando uno logra aplastar a un mosquito, siente una breve oleada de satisfacción; o a ver si se creen ustedes que los únicos que disfrutan cazando son Bermejo & Garzón. Hay un ancestral instinto que impele al hombre a la caza mayor, menor o minúscula. Luego, contemplando la calcomanía de sangre testamentaria que deja el insecto, no se sabe si sentir piedad por él o por uno, al que, después de todo, perteneció esa gota estrellada.

Y así matamos el tiempo. Como ven, mucho, mucho no leo. Y eso que todavía no están aquí las ferias, ni la caló. ¿Me reñiría mi industriosa abuela?

3 comentarios:

  1. Griñán, en vez de un gobierno paritario, ha formado al parecer un gobierno paritorio.

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  2. Se podría citar la jüngeriana "caza sutil".

    En Sevilla, desde luego, se dice "la caló".

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  3. Para los que nos toca por oficio marearnos la mar siempre es femenina porque como las mujeres, a menudo resulta impredecible e imprevisible pero.....!como me gusta!.

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