domingo, 10 de octubre de 2010

10-10-10

Sonó una voz dulcísima al teléfono. La señorita llamaba de una fundación de categoría y quería hablar de mi Ramón Gaya. Me halagó. Supuse que, conociendo mi pasión por el pintor murciano, se permitía ese giro coloquial que tan bien expresaba mi sentir. Querría —seguí suponiendo— un artículo para algún homenaje con motivo del centenario de su nacimiento, que se cumple exactamente hoy, 10 del 10 del 10, día redondo, fecha sobresaliente. Pero no. La amable señorita creía firmemente que yo era el dueño de un cuadro de Gaya (el mío), y llamaba para pedírmelo prestado para una exposición.

Le agradecí muchísimo que me imaginase de afortunado propietario, pero no era el caso. De haber tenido el cuadro, le prometí, se lo habría prestado enseguida, naturalmente. Sonó su voz menos dulce y colgó, decepcionada.

Ya en silencio, me extrañó lo poco que me dolía no tener ese cuadro. Que en una lista de una gran fundación yo hubiese aparecido por un tiempo (quizá unos meses o unos años) como el envidiable poseedor de un lienzo fundamental (“único”, había subrayado la señorita) de uno de los pintores que más aprecio, y que la realidad de golpe y porrazo me hubiese arrebatado aquella pertenencia, no me importó.

De otros pintores interesa la posesión, porque, a fin de cuentas, lo que vale es su valor en el mercado. De un Miró, por ejemplo, o eres dueño o para qué. Con la obra de Gaya uno está en deuda, nunca en posesión.

Durante años, en su exilio mexicano, él mismo sintió la gran pintura desde la ausencia, y supo saciar su sed de contemplarla con postales y reproducciones. No hago más que seguir sus pasos, pues, si acudo a sus catálogos, y allí me recreo. Para el pintor murciano, lo propio del arte no es imponer una presencia, sino crear una concavidad (un nido) que reciba a la vida, y una transparencia que apunte más allá. Todo eso puede hacerse en el recuerdo de sus cuadros, avivado por unas buenas reproducciones. Ramón Gaya que en tantos aspectos ha demostrado lo obsoleto del vanguardismo, también lo hace así. ¿En cuánto arte moderno el título de propiedad y la firma son lo que cuenta? Con él, nos basta que su pintura sea, sea de quien sea.

Además, Gaya es un escritor hondísimo y necesario. En mi casa tengo todos sus libros y la flamante Obra completa que acaba de editar Pre-Textos. Estos son míos, míos en todos los sentidos, y tan valiosos como su pintura. Mucho amor y alegría hay en ellos, hasta en los detalles más pequeños. En Roma, apunta en su diario: “Las piedras de la escalinata de Trinità dei Monti. Las hierbas entre los escalones me producen una especie de agradecimiento”. Su última palabra antes de morir fue, justamente, “Gracias”, pero aun en una entrevista cualquiera dice frases con entidad suficiente como para ser el lema de toda una vida: “Ser feliz merece la pena”, nada menos. Sin sombra de melancolía ni anhelos de posesión, hoy es día de acción de gracias.

1 comentario:

  1. Bellísimo comentario. Ese mismo día viajaba yo de Filedelfia a Lisboa. ¿Viste el cartel de Pedro Serna de los toros de Murcia?

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