Este periódico le ha costado un euro y medio, o menos, si es suscriptor, o nada, si lo compró su empresa o se lo ofrecieron en el avión. Mi preocupación, en cualquier caso, es otra. A mí La Gaceta me paga por esta columna 60 €, y mi compromiso moral consiste en que usted salga de leerme enriquecido 58,5 € como mínimo.
Si mira sus bolsillos cuando llegue al punto final, no encontrará, lo siento, esos billetes. Son simbólicos, pero son. El dinero, además de un medio de cambio, es una medida de valor. Para muchos la única, y por eso tenía mucha razón Machado al avisar de que “todo necio/ confunde valor y precio”.
Pero uno, aunque sólo sea para llevar sus cuentas claras, aspira a que el valor de sus columnas, sin confundirse, coincida al menos con su precio. Hoy lo hace seguro, porque la cita de Machado vale su peso en oro. Tanto si no la conocía como si yo sólo se la he recordado, no es lo mismo encarar una dura jornada laboral teniendo claro que más allá de los vaivenes del mercado y sus precios volubles está la tierra firme de los valores.
Aunque Maquiavelo nos aconseje vivamente no publicar nuestras intenciones para no decepcionar al respetable y para que no nos las exijan luego, y aunque sea tan difícil de cumplir, mi deseo aquí para el nuevo año es que todos ustedes hagan un negocio redondo conmigo, leyéndome. Y que lo hagan muy felices, desde luego.
martes, 30 de diciembre de 2008
domingo, 28 de diciembre de 2008
Dando a Herodes papilla
Ande la noche, ande,
doble su manto aprisa,
que un presebre pobre
está el sol sin mantillas.
Corra la fuente, corra,
de espejo limpio sirva
a la pureza intacta
de la recién parida.
Vuele la garza, vuele,
pues del neblí se libra
[...]
Siga el anciano noble
al norte que le avisa,
que ponga al Niño en salvo
dando a Herodes papilla.
Anda, corra, vuele, siga,
que travesando las flores pulidas
copitos de nieve le ti, ti-ri, tiran.
["Aire y donaire", villancico anónimo]
sábado, 27 de diciembre de 2008
Triple salto atrás
Para mí los deseos de Beades son órdenes. (Eso explica mi desorden, en parte.) Así que si él quiere leer todos mis artículos (ha dicho "no perderse ni uno", lo siento), ahí van. Y no dejaré de ponerlos hasta que me ruegue "basta".
Para este hay que hacer una triple voltereta. Hay que pinchar aclick y luego pinchar en la portada del último número de la revista, donde una chica baila muy sonriente, y luego esperar que se abra el pdf y luego poner la página 12 en el recuadrito de arriba y luego leerme. Lo de hacerme caso o no, es opcional.
Para este hay que hacer una triple voltereta. Hay que pinchar aclick y luego pinchar en la portada del último número de la revista, donde una chica baila muy sonriente, y luego esperar que se abra el pdf y luego poner la página 12 en el recuadrito de arriba y luego leerme. Lo de hacerme caso o no, es opcional.
Marx o menos
Una de las consecuencias más rocambolescas de la crisis es cierta reivindicación gozosa de Marx desde la izquierda. “Marx tenía razón”, argumentan, “el mercado no funciona”. Se ve que cuando renunciaron al credo marxista lo hicieron a regañadientes y que en cuanto vieron un resquicio se tiran de cabeza con alborozo. Les he oído celebrar (con estos oídos que se va a tragar la tierra) que las ventas de El Capital hayan aumentado mucho en Alemania. “Una señal esperanzadora”, concluyen satisfechos.
Se les olvida, por supuesto, que el marxismo fracasó mucho antes y mucho más que el mercado, pero eso entra dentro de las reglas de la memoria histórica, que es selectiva y senil. Y significativa: con estas alegrías neomarxistas los vemos venir de lejos. No hay nada más esclarecedor que atender a los motivos de alborozo de cada cual. Ya hemos hablado aquí de las alegrías en la casa del progre, que celebra más permisividad abortista, los divorcios exprés, el fracaso de la intervención en Irak o el zapatazo a Bush. Y que el espíritu de Marx, el materialista, resucite.
Pero sólo el espíritu, ojo, como un fantasma desvaído. Siguiendo el consejo evangélico de que la mano derecha no se entere de lo que hace la izquierda, los mismos que con la zurda saludan satisfechos a Marx, con la diestra les sueltan unos miles de milloncejos de euros de nuestros impuestos a los banqueros, para que no les falte ni gloria. Y mucho cuidado con echarles en cara sus contradicciones, porque la coherencia es reaccionaria.
¿Qué pensará Marx —allí donde se encuentre— de esta su resurrección extravagante a manos de los amigos íntimos de Botín. En realidad, lo que están haciendo con el viejo Karl es disfrazarlo de Papa Nöel, y ponerlo a repartir subsidios en plan socialdemócrata, ho!, ho!, ho!
Tampoco pretende uno exigirles a estas alturas demasiado rigor intelectual a los intelectuales y políticos de la izquierda, pero no está de marx señalar su cacao ideológico. Primero, porque lo menos que se les puede pedir a los que pretenden sacarnos del atolladero económico es cierta claridad de conceptos. Y segundo, porque el marxismo ha dejado a lo largo de su historia tal reguero de sangre, de pobreza, de falta de libertad, de opresión y de engaños, que habría que mentarlo con más prudencia, con menos frivolidad.
Se les olvida, por supuesto, que el marxismo fracasó mucho antes y mucho más que el mercado, pero eso entra dentro de las reglas de la memoria histórica, que es selectiva y senil. Y significativa: con estas alegrías neomarxistas los vemos venir de lejos. No hay nada más esclarecedor que atender a los motivos de alborozo de cada cual. Ya hemos hablado aquí de las alegrías en la casa del progre, que celebra más permisividad abortista, los divorcios exprés, el fracaso de la intervención en Irak o el zapatazo a Bush. Y que el espíritu de Marx, el materialista, resucite.
Pero sólo el espíritu, ojo, como un fantasma desvaído. Siguiendo el consejo evangélico de que la mano derecha no se entere de lo que hace la izquierda, los mismos que con la zurda saludan satisfechos a Marx, con la diestra les sueltan unos miles de milloncejos de euros de nuestros impuestos a los banqueros, para que no les falte ni gloria. Y mucho cuidado con echarles en cara sus contradicciones, porque la coherencia es reaccionaria.
¿Qué pensará Marx —allí donde se encuentre— de esta su resurrección extravagante a manos de los amigos íntimos de Botín. En realidad, lo que están haciendo con el viejo Karl es disfrazarlo de Papa Nöel, y ponerlo a repartir subsidios en plan socialdemócrata, ho!, ho!, ho!
Tampoco pretende uno exigirles a estas alturas demasiado rigor intelectual a los intelectuales y políticos de la izquierda, pero no está de marx señalar su cacao ideológico. Primero, porque lo menos que se les puede pedir a los que pretenden sacarnos del atolladero económico es cierta claridad de conceptos. Y segundo, porque el marxismo ha dejado a lo largo de su historia tal reguero de sangre, de pobreza, de falta de libertad, de opresión y de engaños, que habría que mentarlo con más prudencia, con menos frivolidad.
Salto atrás
Este trampolínk cae sobre una piscina vacía. Quiero decir, que si es un no-blogg, como lo es, esto es, no lo es, para qué en un blog. Los artículos seguidos, click-click, click-click, como un grillo virtual, no tienen sentido. Sigo hundiéndome en la teoría de los géneros y veo claro ahora que las columnas de prensa tienen que quedarse en su prensa y luego, con suerte, ser muy antologados para un libro recopilatorio. O sea, que cierro esta breve piscina. Es invierno y hace aquí un frío que pela.
Pero uno aprende de sus errores (de sus aciertos —D.m.— los otros), y quiero que los enlaces a mis artículos desde Rayos y truenos sean sólo excepcionales (ojalá que en sus dos sentidos). La intención de no alterar mi blogg con tantos artículos, sigue, pues, en pie. Lo que no quita para que mañana, precisamente, sí que plante un trampolínk. No porque sea excepcional, no, sino porque su tema me interesa demasiado.
Pero uno aprende de sus errores (de sus aciertos —D.m.— los otros), y quiero que los enlaces a mis artículos desde Rayos y truenos sean sólo excepcionales (ojalá que en sus dos sentidos). La intención de no alterar mi blogg con tantos artículos, sigue, pues, en pie. Lo que no quita para que mañana, precisamente, sí que plante un trampolínk. No porque sea excepcional, no, sino porque su tema me interesa demasiado.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
lunes, 22 de diciembre de 2008
Tentadores
Seguro que los lectores de Alba no son lo que se dice —o se decía— unos pecadores. De serlo, estarían en ello, y no leyendo este artículo. Sin embargo, los lectores de Alba, porque se preocupan de su formación religiosa, saben que las cosas no son tan simples.
Nos tenemos que preocupar tanto, o más, o no preocuparnos, sino ocuparnos, ustedes ya me entienden, preocuparnos tanto de no pecar como de no ser motivo de que lo hagan otros. Ni alegrarnos de ello.
El ejemplo más claro de la virtud como motivo de escándalo lo puso Max Jacob en Consejos a un joven poeta o quizá en Consejos a un estudiante, ya no recuerdo, pero en cualquier caso es uno de sus inapreciables libritos de consejos. Cuando, llevados de nuestra buena fe y confianza en el hombre, ponemos fácil que nos engañen o nos roben, animamos a ello, y tenemos, por tanto, nuestra buena cuota de responsabilidad.
El ejemplo más complejo sería cuando nos sentimos injustamente perseguidos por los poderosos del mundo, y saboreamos, quizá con cierta precipitación, el sabor agridulce del martirio. Es un asunto complicadísimo, porque si bien por una parte es natural que nos sintamos orgullosos de compartir la suerte del maestro; por otra, tampoco está bien que vayamos poniendo el sambenito de comecuras al primer laicista con el que nos crucemos. El tema excede los límites de este artículo (y de este articulista) pero permítanme recomendar en esto una sana prudencia y buenas dosis de humor.
Lo que es indiscutible, me temo, es que a veces sentimos cierto placer en provocar pecados en los demás. Nos gusta demasiado gustar demasiado, levantar incluso una leve pizca de lujuria en el prójimo o la prójima, según. Y quien dice lujuria, que es más escandalosa, dice envidia. Cuánto nos conforta sentirnos envidiados de vez en cuadno. O sea, que muy virtuosos nosotros, pero hale, haciéndole el trabajo de tentadores al demonio, que hay que ser idiotas.
Hablo por mí. Me he enterado de que hay un tipo que me odia y que hasta me ha puesto en su lista negra. Yo soy inocente como un niño de teta y la importancia de la gente se mide por sus enemigos, así que mi vanidad —este hueco que pesa— se ha repanchingado satisfecha. Pero no, no. Como me explicó Jacob cuando yo era joven (poeta o estudiante, da lo mismo), tampoco podemos ir despertándole al personal sus monstruos. A ver qué hago.
Nos tenemos que preocupar tanto, o más, o no preocuparnos, sino ocuparnos, ustedes ya me entienden, preocuparnos tanto de no pecar como de no ser motivo de que lo hagan otros. Ni alegrarnos de ello.
El ejemplo más claro de la virtud como motivo de escándalo lo puso Max Jacob en Consejos a un joven poeta o quizá en Consejos a un estudiante, ya no recuerdo, pero en cualquier caso es uno de sus inapreciables libritos de consejos. Cuando, llevados de nuestra buena fe y confianza en el hombre, ponemos fácil que nos engañen o nos roben, animamos a ello, y tenemos, por tanto, nuestra buena cuota de responsabilidad.
El ejemplo más complejo sería cuando nos sentimos injustamente perseguidos por los poderosos del mundo, y saboreamos, quizá con cierta precipitación, el sabor agridulce del martirio. Es un asunto complicadísimo, porque si bien por una parte es natural que nos sintamos orgullosos de compartir la suerte del maestro; por otra, tampoco está bien que vayamos poniendo el sambenito de comecuras al primer laicista con el que nos crucemos. El tema excede los límites de este artículo (y de este articulista) pero permítanme recomendar en esto una sana prudencia y buenas dosis de humor.
Lo que es indiscutible, me temo, es que a veces sentimos cierto placer en provocar pecados en los demás. Nos gusta demasiado gustar demasiado, levantar incluso una leve pizca de lujuria en el prójimo o la prójima, según. Y quien dice lujuria, que es más escandalosa, dice envidia. Cuánto nos conforta sentirnos envidiados de vez en cuadno. O sea, que muy virtuosos nosotros, pero hale, haciéndole el trabajo de tentadores al demonio, que hay que ser idiotas.
Hablo por mí. Me he enterado de que hay un tipo que me odia y que hasta me ha puesto en su lista negra. Yo soy inocente como un niño de teta y la importancia de la gente se mide por sus enemigos, así que mi vanidad —este hueco que pesa— se ha repanchingado satisfecha. Pero no, no. Como me explicó Jacob cuando yo era joven (poeta o estudiante, da lo mismo), tampoco podemos ir despertándole al personal sus monstruos. A ver qué hago.
[Como Alba no tiene página web, no podemos lanzarnos desde un trampolínk, y hay que darse el chapuzón bajando por la escalerilla, en plan abueletes.]
domingo, 21 de diciembre de 2008
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