Como decíamos ayer, el Estatut es el “Borriquito como tú, tururú, yo [nacionalista] soy más que tú” de Peret; pero esa rumba, si el Tribunal Constitucional se decide por fin a dar el zapatazo, será la canción del otoño. La canción del verano ha sido la tarara, sí, la tarara, no. La ha entonado el Gobierno a varias voces a cuenta de la subida (sí, no) de los impuestos y de la ayuda (no, sí) de los 420 €.
No cuadran las cuentas económicas. Las medidas anti-crisis salieron carísimas, mientras que los impuestos entraban en barrena, arrastrados por el PIB. Para arreglar el déficit un poco, al Gobierno se le ha ocurrido rascarse mucho… nuestros bolsillos. Pero entonces no salen las cuentas electorales. El momento de pagar es conocido como la hora de retratarse y le rodea un halo trágico. Las clases medias, que son las que hacen ganar (y perder) las elecciones, llevarían regular que los paganos del festival de medidas efectistas, que no efectivas, fuesen ellos. Al humor negro de ayer de El Roto sólo le verían lo negro: “Mientras el botín de la crisis permanecía oculto en los paraísos fiscales, las autoridades lo buscaban en los bolsillos de los contribuyentes”. Eso frena al Gobierno por ahora.
Los callejones sin salida tienen salida: meter marcha atrás. Pero Zapatero, progresista a machamartillo, se resiste. Todo hace temer que tarareando la tarara esté entreteniéndonos, mientras titubea sobre qué hacer con las cuentas, que están tiritando. Y como cree que no le queda más remedio que acelerar, al final tirará a sus querencias, que son el gasto y la demagogia.
O sea, que cuando acabe la tarara de las rectificaciones rectificadas, y nos suban los impuestos, Zapatero echará mano de sus maracas: los discursos sentimentales. Nos susurrará que los parados lo están pasando muy mal (verdad), que nuestro deber es ayudarlos (verdad) y que no queda más remedio que subir los impuestos (mentira) a los ricos (mentira, que las SICAVS no se tocan).
Más impuestos supone gravar la productividad y la iniciativa privada. Además, por si fuera poco, se sustrae liquidez de las familias, que dejan de consumir. O lo que es lo mismo, las empresas dejan de vender y, por lo tanto, hay menos trabajo, y más paro. Más paro implica más gasto social para el Estado, que tiene que subir otra vez los impuestos. Y vuelta a empezar.
La única solución a medio plazo es la marcha atrás. Mirar con sentido crítico al sector público, y reducir gastos. Los políticos oyen “reducir gastos” y enseguida se les ocurre congelar el sueldo a los funcionarios, pero podrían, para no variar, mirarse al ombligo. ¡Cuánto se puede ahorrar en coches oficiales, sueldos estratosféricos, huestes de asesores, retiros dorados, duplicación de administraciones, subvenciones a los sindicatos, al cine, a las televisiones! Conviene reconducir ese dineral imponente a lo importante. Pasar del tururú y de la tarara a la tijera.